En nuestros últimos espectáculos de cuentacuentos, desde hace unos años, solemos incluir canciones populares. En uno de los más recientes, Cuatro, llegamos a incluir 6 canciones, varios "momentos musicales", y una reelaboración de un romance de Bécquer, "retradicionalizando" (nos encanta esa palabra) el texto literario y apoyándolo en una melodía popular del romancero cántabro. ¿Por qué? Porque nos gusta, está claro, y a los que nos escuchan también. Pero nos ha llegado a gustar porque en un plano profundo no hay distinción entre cuento tradicional y canción tradicional. O, si la hay, es tanta como la que media entre la encina y el enebro que crecen en el mismo suelo; surgen del mismo sustrato, responden a la misma ansia.
Sus funciones son distintas, eso es obvio, pero nos pasa muchas veces que "el cuento pide canción", y cuando damos con ella (después de procesos largos de búsqueda de letras en cancioneros, de composición de nuevas estrofas en el mismo estilo, de encaje con melodías tradicionales, ocasionales rearmonizaciones y preparación de acompañamiento instrumental), y una vez que todo queda ensamblado en una unidad, nos parece imposible que alguna vez ese cuento haya podido existir sin la canción que habita en alguna de sus secuencias.
Y lo que fue un descubrimiento personal, se está convirtiendo en vicio y quién sabe si en seña de identidad de muchas de nuestras funciones. Como recogió el etnomusicólogo Alan Merriam de un indio sia: "Amigo mío, sin canciones no se puede hacer nada".
Comments